Tu Mundo Color de Rosa

Tu Mundo Color de Rosa

Karolina desde pequeña tenía fascinación por el mundo. Nació en una montaña. Alejada de la posibilidad de conocerlo. Su familia era sumamente humilde. Su papá era maestro de escuela elemental y su mamá, que se casó muy jovencita, se dedicaba a cuidar de ella y sus cuatro hermanos. Desde pequeña su mamá le decía que ella había nacido para conocer el mundo y cuando cumplió cinco añitos su regalo fue el pintar un mapa del mundo en la pared de la habitación que compartía con dos de sus hermanas. El sueldo de papá no daba para vivir... pero sobrevivían con el arte culinario de mamá.


Cuando cumplió los quince, la fiesta se logró en el centro comunal de su barrio. Karolina era una chica muy querida y entre los compañeros de papá y las amigas de mamá, se las ingeniaron para decorarlo todo de un tema: “Tu mundo color de rosa”. Mamá hizo platillos de muchos países, de recetas que encontró revisando páginas de Internet. Desde patatas bravas hasta arepas colombianas... carnes con sabores de Marruecos y vegetales con especias de la India, pero que encontraron en la plaza del mercado. Mamá y papá soñaban con que el destino de Karolina la llevaría a explorar lo que ellos habían aprendido a través de libros... a través de experiencias ajenas que escuchaban a través de vídeos almacenados en Facebook.


A sus 17 años Karolina ya estaba entrando a su último año de escuela superior. Todos los días tenía la rutina de prepararse para ir a la escuela, estudiar y ayudar a mamá llevando las órdenes de sus productos a diferentes destinos de su barrio. Era la manera en la que aportaba su granito de arena para pagar las deudas que papá no podía cubrir. Desde sus 15 años, después de su gran fiesta, ya se habían acostumbrado a recibir órdenes de las cositas sabrosas y algo exóticas que mamá lograba en la cocina.
“¿Que tu vas a hacer?” - le preguntó mamá una tarde.
“Pues, lo mismo... voy pa’ la iglesia a llevar las arepas de Padre Víctor, le llevó a doña Antonia las galletas, y le dejo pan de maíz a Isaura, Maria y Doña Juana”.
“No, no es eso. ¿Que vas a hacer ahora cuando te gradúes?”
“Ay ma... por qué te preocupas por eso ahora. Si ni siquiera hay chavos pa’ planificar ir a San Juan, ¿por qué voy a pensar en eso?”

Las órdenes de mamá estaban de moda. Eran dos años que día tras día llenaba la calle del olor a sabrosuras horneadas durante las mañanas para que Karolina las hiciera llegar a sus clientes en las tardes. Los fines de semana se convertía en una fiel cuidadora de sus hermanos para que mamá atendiera las fiestas del barrio en las que deleitaba a su clientela con un menú que para muchos era - extraño. Aunque tenía siempre la ilusión de conocer el mundo, Karolina entendía que su lugar estaba en casa, y se sentía feliz de haber conocido El Morro y caminado por las calles del Viejo San Juan gracias a una gira de la escuela en la que trabajaba papá.
Dos días más tarde durante el desayuno familiar del domingo regresó la pregunta.
“Karolina, ¿que tú vas a hacer?”
“Ma, ¿de nuevo?”
Papá miró a mamá un poco asustado. Antes de que Karolina continuara, papá le dio una señal positiva con su cabeza a mamá y está casi brinca de la alegría y fue a su habitación.
“¿Que se están inventando ahora?”


Karolina tenía una relación muy linda con sus progenitores. Ambos se habían conocido durante la escuela superior y decidieron casarse a esa corta edad. En ese momento ellos tenían muchos sueños pero poca dirección. Mientras planificaban comenzar una vida juntos fuera de su barrio, se enteraron de que Karolina venía en camino. Mamá soñaba con conocer la India. Papá soñaba con conocer España. Ambos jamás habían salido de la isla.
Karolina sabía de esta historia. También ya conocía sobre el Taj Mahal y la Sagrada Familia. Sabía de los sabores de Marruecos. Sabía de la cumbia, de la bachata y del funk brasileño. En secreto también tenía una cajita con algunos recortes de periódico de lugares que quería visitar y un mapa con círculos y números distinguiendo los países, a los que llegaría, por prioridad. Jamás había compartido este interés con sus padres. Pensaba que hacerlo sería como presionarlos a hacer más dinero para mantener sus lujos, y ella los veía trabajar muy duro para mantenerlos a ella y sus hermanos. Entendía que la vida de mamá y papá no era color de rosa.


“¡Tu mundo color de rosa!” - dijo mamá emocionada entregándole una caja de zapatos forrada en papel de periódico, pintada en tempera color rosa con fotos e imágenes del mundo. Arriba decía su nombre en letras mayúsculas “KAROLINA”, y tenía una foto del primer sonograma de mamá.
“¿Qué es esto?” - les preguntó Karolina en un tono muy bajito casi como si se tratara de un secreto militar del que no se debía enterar.
“Ábrelo.” - le dijo papá mirándola a los ojos.
La chica titubeó en el proceso. Estaba nerviosa porque nunca había tenido secretos (a parte de su propia cajita de cosas del mundo) con sus padres. Ella los consideraba sus mejores amigos.
“Karo, tú fuiste un regalo para nosotros. Nos cambiaste el mundo y nos lo pintaste color de rosa. Cuando te conocimos, supimos que tu vida sería diferente y nuestro plan y meta de vida era que tú lograras lo que nosotros no pudimos. Aquí hay algo para ti.” - papá estaba hablando en un tono de nostalgia poco común y Karolina sintió un taco en la garganta.
“Mamita lo que tú papá quiere decir es que nos preparamos para tu futuro. Desde que tu llegaste, guardamos este dinero para ti. La idea era que tuvieras lo que necesitas para estudiar pero entonces hace algunos años atrás encontré tu cajita... esa en la que guardas el mapa. Entonces entendimos que tu sueño era muy parecido al de nosotros a tu edad, y queríamos apoyarte. Desde entonces cada cosita de comer que llevaste y cada moneda que lograste traer, está aquí.”
Los ojos de Karolina se llenaron de lágrimas. Se sintió feliz pero a la vez culpable de que mamá y papá pasaran por todo eso por ella. “Aquí hay tanto como para que puedas ver el mundo al menos una vez. Para que lo veas, para que aprendas y para que traigas tus experiencias y continúes creciendo como profesional. Confiamos en que serás sabia al utilizar este dinero que lo tenemos gracias al esfuerzo de todos como familia. Como tu papá, me siento orgulloso de quien eres. Nada nos hará más feliz que puedas lograr lo que te propones y lo que anhelas en la vida.”
“¡Quiero llorar!” - dijo Karolina soltando una carcajada disimulando el nudo en la garganta y dejando ir las lágrimas que tenía amarradas a los ojos. Los tres se unieron en un abrazo.


Terminando su educación de escuela superior, Karolina fue a pasar su verano en la India en un programa para jóvenes voluntarios trabajando con niños necesitados. Luego visitó España por cuatro meses cocinando para una entidad sin fines de lucro que alimenta a familias sin hogar. Cocinando conoció a un Colombiano al que le impresionó su destreza para preparar las arepas colombianas y la puso en contacto con un equipo que reclutaba jóvenes para un voluntariado en Medellín. Luego visitó, en Nueva York, a unas amigas que conoció en India. Durante su tiempo en España conoció Escandinavia, Inglaterra, Bélgica, Alemania, Francia y Marruecos. Cada vez que visitaba un país, le enviaba un paquetito de especias a mamá y un libro a papá.
Karolina regresó a casa después de un año con un enorme deseo de estudiar y superarse para volver a coincidir con estos destinos y otros algún día.
Diez años más tarde, a sus 28 años, después de una maestría en educación, Karolina decidió presentar su historia “Tu Mundo Color de Rosa” para orientar a padres a apoyar los sueños de sus hijos desde muy temprana edad, comprometiéndose emocional y materialmente al proceso.
A los 30, Karolina era feliz. Su mundo color de rosa marcaba 60 países y seguía contando. Gracias a papá y mamá que la ayudaron a pintar su mundo y le dieron poder a un sueño del cual nunca ella había hablado. Sembraron la semilla en un mundo color de rosa.

Seamos de esos que apoyan a las jóvenes a salir a explorar, aprender y conquistar su mundo color de rosa. Los que inspiran a las futuras VIAJERAS.

Cuento por Kei Velazquez 

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